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Por Alejandro Redondo

 

Recuerdo la época en que hablar de vino era casi un ritual. Un lenguaje propio, a veces críptico, muchas veces excluyente. Los libros con sobrecubierta brillante, las catas comentadas por expertos de voz grave, el murmullo respetuoso de los iniciados. Todo eso tenía un encanto… pero también una barrera. Era un universo que fascinaba, sí, pero desde lejos.

Hoy, el vino ya no se comunica en voz baja: seduce con inteligencia artificial, se cuela en tus redes, te susurra desde el móvil mientras estás en pijama y con delivery en camino. Y lo hace bien.

La inteligencia artificial no viene a reemplazar el alma del vino, sino a amplificarla. Viene a traducir su complejidad, a jugar con sus posibilidades, a romper estructuras sin traicionarlas. Y sobre todo, viene a acercarlo a muchos más.

Porque hoy más que nunca, el consumidor ya no espera ser educado como un alumno: quiere sentir, decidir, probar, compartir. Quiere vínculos, no lecciones. Quiere información, pero sin aburrirse.

Los algoritmos ya no solo recomiendan películas; ahora también te sugieren un Barolo si ven que el malbec te quedó corto, o te tientan con una garnacha si tus playlists huelen a verano y a Joan Manuel Serrat.

Las plataformas más visionarias cruzan datos de comportamiento, ubicaciones, estaciones del año y hasta estados de ánimo para sugerirte vinos como quien te recomienda canciones: con intuición afinada.

Los catálogos de vino se adaptan en tiempo real. La inteligencia artificial ajusta el orden, resalta etiquetas, propone maridajes según tu estilo de vida o lo que estás cocinando esta noche. Y lo hace con imágenes, con reels, con una estética que no necesita hablar de taninos ni de estructuras en boca para captar tu atención.

La IA también ha dado voz a los que antes no hablaban: bodegas pequeñas que ahora pueden tener un chatbot políglota 24/7 para contar su historia al mundo, sommeliers virtuales que guían al cliente en una tienda digital, asistentes que ayudan a elegir el vino perfecto para una cita, una comida o una ruptura amorosa.

Porque no nos engañemos: el vino sigue siendo emoción. Solo que ahora, puede entregarse con una precisión quirúrgica a la emoción exacta del momento.

Claro que no todo es tan etéreo ni tan poético. Este nuevo escenario exige que el sector se actualice, aprenda, y suelte algunos miedos. Porque comunicar vino en la era del scroll exige inmediatez, autenticidad y una narrativa visual potente. No basta con una ficha técnica: hay que contar una historia en menos de ocho segundos. Hay que pensar en vertical, en movimiento, en formato snack. Y eso, para muchos, sigue siendo incómodo.

El reto mayor es mantener interesados a los ya iniciados —esa tribu fiel que ama el ritual— sin perder a los nuevos, que quieren entrar al mundo del vino sin sentirse tontos. La IA, bien usada, es el puente. No para vulgarizar el vino, sino para desdramatizarlo. No para hacerlo trivial, sino más humano. Más real.

He visto bodegas que entrenan modelos de IA para predecir cosechas, ajustar prácticas de viñedo y optimizar fermentaciones. Pero también he visto startups que utilizan IA generativa para crear etiquetas con arte personalizado, mensajes únicos para cada consumidor, e incluso realidades aumentadas que narran la historia del vino cuando apuntas tu teléfono a la botella. ¿Pura estética? Tal vez. ¿Pero quién dijo que la estética no enamora?

Hoy el vino ya no se bebe solo. Se comparte, se graba, se comenta. Se edita en un video de 15 segundos con filtros de humor, se sube con un texto que mezcla lo técnico con lo irreverente, se viraliza si hay emoción. Los comunicadores del vino debemos entender que lo visual es el nuevo idioma universal, y que la inteligencia artificial no es un oráculo frío, sino una herramienta creativa. Si la usamos con elegancia y con sentido, puede hacer del vino algo más cercano, más divertido, más auténtico.

¿Y si la IA escribiera esta nota por mí? No lo hará. Porque el vino, como la escritura, necesita de alma. Pero si me ayuda a encontrar las palabras, los ejemplos, la conexión con quien lee desde su tablet mientras se toma una copa de algo rico… bienvenida sea.

Porque al final, de eso se trata: de conectar. Y la inteligencia, si es verdaderamente inteligente, debería saber que el vino no se explica. Se vive. Se disfruta. Y sí, también se comunica. Aunque ahora sea con emojis, con videos verticales y con prompts bien redactados.

Salud por eso.